miércoles, 19 de diciembre de 2012

Trámites



Seis hileras de sillas aterciopeladas color bordó. Hay tres vacías. La mujer sentada al lado mío se pasa la mano por la cara pegajosa y observa su reloj.

¿Ya la una? Resopla y comienza a mover sus piernas de manera intermitente. Me choca. Con el cuerpo que rebalsa del asiento toca mis brazos e intento acomodarlos de manera tal que nada interrumpa mi único y libre espacio. No es fácil para mí tampoco hacerme tan chiquita.  

El ruido a campana electrónica levanta las cabezas de todos. Cuarenta y siete. Nadie reclama el número.  Cuarenta y ocho. Hay una ilusión colectiva. La señora gorda con los ojos cada vez más grandes ya está despegando su torso de la silla, cuando el hijo de puta del cuarenta y nueve se levanta y se acerca a las ventanillas. Bajamos todos, las miradas y las expectativas.

Yo soy el sesenta. Ojalá que me toque el burócrata lindo. Pero no, obvio. Me paro y me vuelvo a sentar, esta vez en el codiciado lugar que se enfrenta al vidrio y detrás la mujer que sin mirarme pide la documentación con voz monótona. Tiene un par de aros blancos, muy finos. Qué inútil. Pienso. Dos aritos perdidos en ese rostro caído, con ese par de ojos que no pueden abrir los párpados si no es hasta la mitad, con el cutis blandito, con el flequillo grasoso pegado a la frente, con la nariz achatada y caída también. ¿De qué sirven esos dos aritos? O esas pulseras plateadas o el anillo con las iniciales.

Me siento cruel.

Está embarazada. La imagino soltándose el pelo y revoleándolo para todos lados, abriéndose la camisa blanca de un saque y tirando todos los papeles que están arriba de su escritorio. La imagino con el gesto desenfrenado de placer apoyando una mano contra el vidrio. Es tan irreal este mundo a veces.

Tan irreal. 


1 comentario:

  1. Me hizo acordar las Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt. Sos grosa, Vera. Esto quería leer. Te sigo. A todas partes!. Jajaja.

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